miércoles, 19 de octubre de 2011

Visita a Sallaga, campamento nómada. ¿Y la fiesta? Reflexiones finales.

Para echarse a la carretera es aconsejable madrugar para evitar el calor. Neumáticos y motor pueden verse afectados, como bien hemos podido comprobar. A las 6:30 decía adiós al campamento y a las tres únicas personas con las que me había relacionado. Fría despedida, casco, sable y carretera.

Como se puede ver, la famosa e importante fiesta que sí o sí debía hacérseme no llegó. Esto sin duda no terminó de gustarme. Lógicamente, como ya dije, no veía necesaria ninguna celebración ni agradecimiento hacia mi persona, pero ver que te han exigido 60 euros para un festejo que no existió, para un té y azúcar que no se compraron, para 60 personas que de lejos no había en el campamento… le hace a uno sentirse un tanto estafado. En realidad todo el viaje había sido organizado por su parte para conseguir dinero.

La vuelta ya era deseada. Dos días de incómodo calor diurno y frío nocturno. De comunicación imposible con los habitantes. De extraño sedentarismo nómada. De ausencia de higiene. De beber agua caliente…

Y lo que se hizo más deseado aún fue la llegada. Porque los problemas no tardaron en llegar a la moto en la carretera. Y si las cuatro horas de la ida se habían hecho largas, más largas fueron las 7 de la vuelta. Entre pinchazo y recalentamientos del motor tuvimos que parar unas seis o siete veces. Y no es agradable quedarse tirado, por ejemplo, 30 minutos al borde de la carretera a eso de las 12 del mediodía, con el potente sol sobre la cabeza, sin comida y con apenas media botellita de agua muy caliente. Sin duda la travesía se hizo dura.

Al llegar me interesé por cuál había sido el destino del dinero que había gastado en el viaje. No hubo respuesta clara, sino una serie de excusas. La idea del viaje era hablarme de las necesidades del campamento para que buscáramos fondos y soluciones. Entre las necesidades estaban la mejora del aula del colegio, material para el trabajo de la tierra y una casita de ladrillos para el jefe jefazo del campamento. Teniendo en cuenta que es un campamento familiar, lo que se estaba pidiendo, más allá de la escuela, era una serie de regalos para un grupo de personas concretas. Es habitual, y diría que normal, que se vea al blanco como una oportunidad de conseguir dinero. Cualquiera en una situación difícil probaría suerte. Pero lo que me dolió fue la poca honestidad con que todo ocurrió. Lícito es pedir dinero a cambio de permitir vivir tal experiencia, por lo tanto no es necesario acudir a mentiras ni abusar. Las distancias entre el blanco y el negro que uno intenta eliminar se hacen enormes en estos casos.

Le doy importancia a esto porque hace pensar mucho en lo que se debe y lo que no se debe hacer, en el trabajo de la cooperación, en el papel de los beneficiarios. Si un proyecto separa claramente entre el que da y el que recibe, en vez de conjuntar un trabajo; si el proyecto consigue que el beneficiario se siente a esperar la ayuda que viene de fuera… entonces estamos caminando hacia atrás.

En otro orden de infortunios, al llegar a Zínder fui rápidamente a ver aquellas fantásticas fotos y esos vídeos únicos que había hecho, que hasta el momento no había podido ver porque la pantalla de la cámara estaba rota. Y por este motivo todo lo recogido había sido a ciegas… Pues el resultado fue desolador. En algún momento toqué el regulador del zoom y lo puse a tope, e hice así la mayor parte de las fotos y vídeos. Perdí de esta forma un material estupendo irrecuperable. A falta de buen material visual y audiovisual, habrá que guardar todo aquello en la memoria.

Pero no fue todo negativo. Sin duda interesante fue esta especie de viaje al pasado. Los nómadas, en muchos sentidos, siguen llevando la misma vida que llevaban sus antepasados hace cientos de años. Los Peul viven con lo mínimo, que resulta suficiente gracias a la sabiduría, la experiencia y el ingenio adquiridos por generaciones y generaciones. El campamento no tiene electricidad, ni agua corriente, ni centros comerciales… Salvo los móviles, la tecnología más avanzada la pone el pozo. En Sallaga hay adultos que nunca han salido del campamento y no conocen la ciudad. Todo esto es difícil, y cada vez más, de encontrar en el siglo XXI.

Por lo tanto me siento privilegiado y contento por este fin de semana único. Con sus tintes negativos y positivos, el tiempo sabrá decidir cuál de ambos quedará en el recuerdo. La experiencia fue una experiencia. Y para ello estoy aquí.

Habrá que quedarse con esto.


No continuará.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Visita a Sallaga, campamento nómada. Segundo día. Objetividades y subjetividades.

El día amaneció temprano. A las 6:30 el sol ya había dado toda la vuelta y empezaba a asomar. Los niños y las mujeres ya andaban de aquí para allá, mientras los hombres se preparaban para echarse a la buena sombra y tomar el primer té del día.

Los Peul son un pueblo con más de mil años de historia. Fueron la primera etnia de la zona saheliana en convertirse al Islam, alrededor del siglo XVI, y ayudaron a su propagación. Aunque su dispersión ha creado diferentes estados de devoción religiosa entre los Peul.

En este caso, según he podido ver, son musulmanes moderados. Encontrándonos en época de ramadán, nadie espera a la puesta del sol para comer y beber, lo cual podría tener aquí un grado mayor de dificultad debido a las duras condiciones de vida del campamento y lo duro del trabajo. Tampoco son muy serios con las cinco oraciones diarias que predica el dogma islámico. Pero sí se puede notar la orientación religiosa, por ejemplo, en la distanciada posición de roles entre hombres y mujeres (como si hiciera falta ser musulmán para que esto ocurra). No digo con esto ni con anteriores comentarios que los hombres no trabajen, pero sí que disfrutan de un período de reposo que las mujeres no tienen.

La vida nómada tiene cierto paréntesis en la época de lluvias, que es de aproximadamente 3 meses coincidiendo con el verano septentrional. En los otros 9 meses, los hombres salen con el ganado en busca de zonas húmedas y pastos. Hacen incursiones de unas dos semanas antes de volver momentáneamente al campamento. Esas incursiones no son necesarias en esta época puesto que los pastos florecen por todas partes y los animales encuentran su alimento en los alrededores del propio campamento. Además es el momento de dedicarse a su otra actividad, la agricultura, la cual sólo puede llevarse a cabo en este período.

El trabajo de la mujer no permite vacaciones. Dos de ellas se acercaron para traernos pasta de mijo y leche. Éste era el menú habitual, tanto como desayuno, como almuerzo o como cena. Productos locales 100%, lo cual no está mal, aunque la alimentación no sea lo más completa posible.

Y la mañana siguió tan sedentaria como el día anterior. Así que ante la falta de actividad cogí la cámara y comencé a sacar fotos. Fotos únicas e irrepetibles en un rincón especial del planeta y con gente especial. Los Peul son muy cuidadosos con su imagen. Tienen un extenso repertorio de peculiares peinados, y para fiestas o representaciones culturales se maquillan y visten con sus ropas tradicionales. Son altos y delgados. Estilizados, elegantes. Y es habitual que porten un espejito en el bolsillo.


Tras la sesión de fotos me disponía a guardar la cámara, cuando Riskoi me dijo: “espera, no la guardes, saca fotos a esto: vamos a degollar a una cabra”. “… Toma… sácalas tú”. La cabra que llevaba un rato dando vueltas a nuestro alrededor sería nuestro plato principal. Esto ya era trabajo para los hombres, quienes se ocuparon de todo el proceso. No podía rechazar la invitación, así que estiré el brazo y el tenedor y cogí un pequeño trozo de algo, que resultó ser parte del hígado. Qué mala suerte, nunca me gustó el hígado. No estaba bueno, me costó pero tragué y pasé el mal trago.

Después de comer eran los niños los encargados de recoger todo. En realidad los niños, y sobre todo las niñas, son encargados de muchas cosas. Se pasan el día portando cosas de un lado para otro, se ocupan de los animales, machacan los granos de mijo, cuidan de los más pequeños… Como también ocurría antes en el campo, por ejemplo, en España, los hijos son vistos como mano de obra. Cuantos más hijos tengas hoy, más trabajadores tendrás a tu disposición mañana. Y en un país donde no se aspira a una jubilación o a un plan de pensiones, los hijos son un seguro para la vejez.

En una familia musulmana esto toma más relevancia. El jefe jefazo del campamento tiene dos mujeres, y el número de hijos creo que está siendo estudiado. Por lo tanto siempre habrá un niño a golpe de grito para alcanzar, por ejemplo, la cuchara que está a dos metros de un hombre sentado. Sé que no puedo ver esto con cómodos ojos “primermundistas”, pero no sé hasta qué punto todo esto es aceptable culturalmente o simplemente un abuso de poder masculino. Que la mujer sea una máquina de hacer pequeños trabajadores… es como el trozo de hígado: me cuesta tragarlo.

Por la noche se dio un hecho curioso. El campamento tiene una pequeña colina, y es allí el único lugar donde los móviles, con muchas dificultades, tienen cobertura. Allí fuimos tras la cena para hacer una llamada. Móvil en mano, y brazo en alto, Riskoi no conseguía señal. Entonces apareció la gran idea. Llamaron a gritos desde allí a un niño para que trajera a un camello. El camello vino, se acostó, montó a Riskoi con su móvil y se levantó. Desde ahí arriba sería mucho más fácil hacer la llamada. La imagen de un nómada peul a lomos de un camello, con el brazo en alto intentando encontrar en el aire cobertura para su móvil me pareció de lo más curiosa. Una peculiar mezcla entre la tradición y la modernidad, de la que no escapan ni los más alejados del “desarrollo” y la civilización.

Y así murió el segundo día. A la mañana siguiente nos esperaba el viaje de vuelta, con todos sus contratiempos, y el momento de empezar a repasar y reflexionar sobre lo vivido en el campamento.

Continuará…


miércoles, 5 de octubre de 2011

Visita a Sallaga, campamento nómada. Primer día, primeras impresiones.

Ropas típicas de los nómadas, turbante en la cabeza y sable colgando del hombro. 6 de la mañana. Riskoi conduce, yo de paquete. Rumbo en moto a Sallaga, campamento Peul.

El viaje no fue del todo confortable. Afortunadamente viajábamos hacia el norte, el sol que comenzaba a salir quedaba a la espalda. Pero las cuatro horas de viaje para recorrer algo menos de 200 km. se hicieron largas. La carretera hasta Tanout tiene más socavones que asfalto, y de Tanout hasta Sallaga simplemente no hay carretera, sino caminos de arena. Uno se sentía en el París-Dakar.
Aunque sorprendía lo verde que estaba el campo a los lados. Las fuertes lluvias dan la vida a los cultivos, y los resultados empiezan a aflorar. Las plantas del mijo, altas como las del maíz, ponían límite a la carretera y llenaban el paisaje. Uno se sentía en Galicia.

Con las piernas duras y mucho cansancio, por fin llegamos al campamento. Ya kilómetros atrás el verde había empezado a mezclarse con el marrón arenoso. Sallaga está en un amplio llano a las puertas del desierto, y si lo visitamos fuera de la época de lluvias el verde escaseará. Se podía definir simplemente como un grupo de resistentes tiendas en medio de la nada.

Los peul son un pueblo nómada del Sahel y del Sáhara. La imagen del hombre con turbante a lomos de un camello recuerda a la de los más conocidos touaregs, con quienes guardan muchas similitudes y una buena relación. Esta etnia está extendida por el norte de África. Podremos encontrar gente de etnia peul en Senegal, Guinea Bissau, Guinea, Mali, Burkina Faso… pero son pocos los que todavía siguen llevando la vida nómada. La vida del pastoreo ambulante y la agricultura. Difícil es verlos sin algún animal cerca. Cabras, camellos, corderos, vacas…

Cuando ves que empiezas a ver cada vez más camellos a tu alrededor quiere decir que estás entrando en zona peul. Y allí estaba Gado, padre de Riskoi y jefe jefazo del campamento, para darme la bienvenida rodeado de los pequeños y pequeñas que empezaban a acercarse curiosos a ver al pálido visitante. Yo estaba un poco expectante, ya que se me había prometido una fiesta de recepción en la que los 60 habitantes del campamento tomarían té conmigo para darme la bienvenida y agradecer la visita. Como el té y el azúcar irían a mi salud y bolsillo, y con el reparo que puede dar tal situación, había dicho que no era necesaria tal movilización. “Nosotros hacemos así cuando alguien nos visita” fue la respuesta. Y cuando algo es cultural, simplemente no se toca. Así que pagué los 60 euros que se me pidieron y deseé pasar un rato más inolvidable que vergonzoso.

Pero todavía no era el momento para la fiesta y el té. Lo primero era tirarse a la sombra y descansar. Estábamos entre tres pequeñas paredes y bajo un techo hechos de cañas de madera. Estábamos en la escuela del campamento. De unos 6 m² y un tanto perjudicada por la lluvia y el viento, esta peculiar aula fue hecha recientemente gracias a la gestión de Enrique, el anterior voluntario de la ONG que estuvo por aquí, y con fondos llegados desde Madrid. El cole acoge a los 50 niños del campamento y alrededores. Pero eso sólo durante el curso. Durante las vacaciones es el lugar de reunión de los hombres, que pasan allí horas tirados tomando té, aprovechando la mejor sombra del lugar.

Y eso es lo que hicimos prácticamente todo el día. Para saciar la sed me trajeron fresca leche de vaca recién ordeñada. Estaba rara. Era dulce, pero rara. No estaba del todo mal.

Antes de la puesta de sol por fin nos levantamos y salimos de las sombras. Nos dirigimos a ver el pozo que da vida y nombre al campamento (sallaga significa pozo en lengua peul o fulfulde). Allí un grupo de niños ponían el ingenio y un grupo de burros la fuerza para sacar agua de las profundidades.

Y el sol bajó y bajó hasta desaparecer. Yo esperaba que la luz se fuera con él y que no pudiéramos ver absolutamente nada. Pero esto no ocurrió. Durante toda la noche la claridad permitía ver mucho más de lo que hubiera imaginado, sin saber exactamente de dónde venía. El cielo estaba enorme y enormemente repleto de estrellas, las cuales estaban más cerca de la Tierra que nunca. No había mejor techo bajo el que echarse a dormir. Y así hicimos. La temperatura bajó unos cuantos grados, lo cual facilitó el sueño y el descanso. Al día siguiente me esperaba la famosa fiesta y quién sabía qué más sorpresas o no tanto.

Buenas y nómadas noches.

Continuará…